Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- Uno de mis géneros favoritos, en fotografía, es el trabajo de los peatones urbanos, el de los 'flâneurs' capaces de retener, cámara en ristre, algo del 'aire de la calle', por parafrasear un viejo título del poeta postmodernista cántabro José del Río Sáinz. Francisco Moltó Esquembre, fotógrafo valenciano nacido en un año tan tristemente emblemático para España y Europa como 1939, se inició en la práctica de la fotografía a comienzos de los años sesenta. Empezó más profesionalmente en 1979, con cuarenta años. Cinco después, con cuatro colegas fundaba el Grupo Chasis. Moltó pertenece a esa familia espiritual, la de quienes necesitan la ciudad como una segunda piel. Moltó es autor de excelentes efigies de 'amics i coneguts' -ver por ejemplo el catálogo de su muestra Retrats, celebrada en 1996 en la Sala d'Exposicions La Marina, de El Puig-, y también de obras de cierta intencionalidad conceptual, como el ciclo en torno al 'striptease', y otro en torno a una silla expuesto en 1996 en la Casa Capella Pallarés de Sagunto. Pero el grueso de su producción corresponde al ámbito de la fotografía urbana, callejera, que ha practicado a ambas orillas del Atlántico, y también -luego veremos en qué circunstancias- en el Pacífico. A propósito de mares, hay que subrayar que en su tierra, las playas han sido uno de los espacios de actuación favoritos de Moltó. Pobladas de fantasmas del pasado cercano, desde Joaquín Sorolla y Vicente Blasco Ibáñez hasta Manuel Vicent, pasando por el Luis Gutiérrez Soto de la modernísima (en los 'thirties') Piscina Las Arenas, anunciada por Josep Renau en uno de sus mejores carteles 'civiles', él aprecia sobre todo lo que las playas valencianas tienen de escenario teatral para el ballet demótico de los cuerpos semidesnudos, de precario paisaje de fondo para unos personajes contemplados con una mirada a la vez formalista (con, a veces, encuadres rodchenkianos) y sociologista, con sus toques también de humor, y que de repente parece anticiparse (sin el color: sin ser monoteísta del blanco y negro, Moltó pocas veces se ha aventurado por esos senderos) a ciertos trabajos de alguien más joven como Martin Parr, aunque en el 'senior' hay una menor implicación con la estética de lo 'pop' y de lo cutre, y (por suerte) una mayor dósis de piedad, de ternura. Siempre a propósito de lo mismo, Juan Vergara, uno de los dos prologuistas del excelente libro de Moltó Las Arenas, de 1995, encabezado por una referencia del fotógrafo a 'aquellos lejanos veranos inolvidables', cita pertinentemente otras visiones de esos parajes, por un forastero como el suizo norteamericanizado Robert Frank, visitante en el remotísimo 1952, y en fechas más recientes por 'locales' como Gabriel Cualladó y Francesc Jarque. De Europa, Moltó ha dicho, en una serie de ciclos que en varios casos ha ido convirtiendo en libros, muchos rincones. Un Oslo de parques helados, donde se hace amigo de su colega Leif Preus, al que tanto admira. Estocolmo. Copenhague. Un Londres en el cual coexisten en sorprendente armonía los rituales y atuendos de la tradición, y los de la ruptura, identificable ahí con los 'sixties' y con Carnaby Street. No muy lejos, un Brighton náutico y metafísico, donde un tipo trajeado camina de espaldas, junto a una barca, en una imagen perfecta. París, en cuyo Musée d'Orsay está tomada esa estupenda instantánea de una muchacha contemplando atónita un célebre lienzo provocador de 1866 y que fue propiedad de Jacques Lacan, L'origine du monde, de Gustave Courbet, instantánea a la cual hacen 'pendant' dos de la pinacoteca de Rouen. Siempre en el país vecino, Rennes donde el paseante se topa todavía, como con una reliquia inesperada, con anuncios de grandes letras casi borradas, de esos que salen en tantas fotografías francesas (o tomadas en Francia por forasteros) del período que va de los años veinte a los cincuenta. La misteriosa y maravillosa Bruselas, de identidad tan complicada como el país del cual es capital, identidad ahora profundamente trastocada (y afeada) por su destino de capital europea. Algunas ciudades de la apacible Holanda. Otras de una Alemania, la Occidental, en la cual el fotógrafo residió durante parte de los años sesenta, y a la cual ha vuelto a menudo, y tal vez sea por eso que Juan Vergara lo ha retratado como 'hombre de meticulosidad germánica': la tienen sus eficaces instantáneas 'sixties' de aquella tierras, las más industriales y gélidas de las cuales hoy podemos leer en clave post-Renger-Patzch, y también pre-los Becher. Siempre en esas latitudes, Berlín, 'ciudad dividida' y desolada -ver sobre todo las tremendas instantáneas de 1962- y hoy nuevamente capital del país. Viena y sus cafés, en uno de los cuales este tipo asombrado, sorprendido por el destello del flash, parece hermano de Peter Altenberg, el hombre del café vienés por antonomasia. Budapest (o Buda/Pest, como lo escribe él en el título del correspondiente libro, con su cubierta nocturna cuyos protagonistas son el Danubio y la luz eléctrica), sin duda la más espectacular y seductora de las ciudades del gran río, en la cual un operario, en tiempos de transición, coloca las letras doradas del letrero del Hilton, y un caminante pasea ante unos carteles anunciadores de una exposición en torno a Lajos Kassák, el geómetra. Praga, para André Breton la capital mágica de la vieja Europa. Bratislava, donde en una anodina cafetería está esta bella desconocida que me hace pensar en La rose de Bratislava, aquella anticuada y encantadora novela de Émile Henriot, de 1948, leída por uno en la edición del Livre de Poche. Liubliana. Berna. Venecia, Milán, Florencia y Roma, todas ellas vivísimas, stendhalianas. Palermo, crisol de culturas, y en su centro el esplendor un tanto bárbaro de su Mercato di Ballarò. Volviendo a Francia, a su Provenza de la pintura, Arles, ciudad ya de atmósfera que anuncia la vecina Italia, y lugar de peregrinación para los fotógrafos, donde en 1988 el valenciano asistió a un taller del siciliano Ferdinando Scianna, uno de los miembros de la mítica agencia Magnum. Burdeos. Lisboa, Estoril, Oporto, en lo que mi amigo Bernard Plossu ha llamado en fórmula magistral 'o país da poesia'. Y en plan ya doméstico, Madrid y un espacio por mí tan querido como es el Rastro, Barcelona, Bilbao... Más la propina de un territorio tan inesperado, tan extraño, tan extraterritorial (aunque europeo), y tan maravilloso y literario, como es Malta, y su capital, la laberíntica La Valletta. Muy interesante, dentro de la dilatada producción londinense de Moltó, el ciclo Ficción, enseñado en 1987 en la Galería Quorum de Madrid, con catálogo prologado por su colega José Ramón Cáncer Matinero. De lo que se trata en él es de fotografiar, con nocturnidad y alevosía, ese mundo extraño de los maniquíes en los escaparates, mundo que en el alba del siglo XX atrajo, entre otros, a Giorgio de Chirico, a nuestro Ramón Gómez de la Serna, al polaco y raro Bruno Schulz, al citado André Breton y a otros de los surrealistas, y a Eugène Atget, uno de los padres, por cierto, de la fotografía callejera. Otras imágenes londinenses, en cambio, nos hablan de cosas más corrientes: de los característicos autobuses de dos pisos, de los grandes taxis que son como cuartos rodantes, del vetusto metro, de los pubs, de ese viaje en el tiempo que supone sumergirse en los comercios de Burlington Arcade (donde siempre me acuerdo de Valery Larbaud) y otros de los pasajes, y por supuesto también de los fantásticos parques, tan bien retratados, en clave verde intenso y muy pictórico, por Michelangelo Antonioni en Blow Up (1966), película inspirada por cierto en el universo del fotógrafo David Bailey, nacido en 1938, y del cual por lo tanto el valenciano es casi coetáneo... Berlín -ruinas, águilas, frontera, casamatas-, escudriñada por Moltó, ya sistemáticamente, casi un cuarto de siglo después de la fugaz visita antes aludida, fue precisamente el motivo de nuestro encuentro, ya que en 1999 él colaboró con unos paneles fotográficos en el taller didáctico que acompañó la magna muestra (con materiales todos ellos procedentes de la Berlinische Galerie) que el IVAM (del cual nos encontramos aquí con una simpática instantánea de 1995, lo mismo que diez años después con otra del MUViM) dedicó al arte producido en esa metrópolis desasosegante, a lo largo del convulso siglo que estaba entonces a punto de finalizar. Roma: pura maravilla esta visión de 1994, de una muchacha pensativa en una azotea, en el crepúsculo, frente a eso tan simple pero tan misterioso siempre que es una ventana iluminada. Si la vieja Europa constituye, en nuestra memoria de espectadores compulsivos, una tupida red de instantáneas, una obra coral a la cual cada fotógrafo aporta unos cuantos granitos de arena más, ¿qué decir de los Estados Unidos, país moderno por antonomasia? Tanto la fotografía como, todavía en mayor medida, el cine, han hecho muchísimo por popularizar el conocimiento universal de las formas de vida norteamericanas. Fascinado en su juventud por las visitas a nuestros puertos, de una Sexta Flota que fotográficamente ha sido dicha inmejorablemente por Francesc Catalá Roca, Moltó conoce y admira -y ha citado en alguna ocasión- el trabajo pionero de alguien al cual ya he mencionado a propósito de su paso por la Valencia de 1952, el gran Robert Frank, coetáneo y amigo de los 'beats', entre otros de aquel Jack Kerouac que ansiaba vivir siempre On the Road, por decirlo con el título de su novela más justamente célebre, de 1957. Kerouac, que le gusta mucho, de siempre, al también citado Plossu. Pero la memoria fotográfica norteamericana, que tiene precisamente uno de sus hitos en Les américains (1958), de Robert Frank -Kerouac prologó, aquel mismo año, su edición neoyorquina-, es también, más atrás en el tiempo, la de los pioneros ochocentistas, y la de Alfred Stieglitz y los demás de la Photo-Secession y de 291 y de Camera Work, y la de Dorothea Lange y otros del período de la Depresión y del 'New Deal' rooseveltiano. Moltó no se achanta en absoluto ante tantos fantasmas, ante tantas grandes sombras que lo han precedido por esas muy transitadas carreteras y autopistas. Marcha él también On the Road. Así nos encontramos con una serie de iconos de la Costa Oeste USA que han retenido su atención de viajero. El vendedor de 'hot dogs' en Treasure Island, California, y a lo lejos el 'skyline' de San Francisco, brillando en la cegadora luz del Sur, esa luz que cada uno a su manera han hecho suya dos pintores-fotógrafos, el californiano nativo Ed Ruscha, y el adoptivo David Hockney. El interior de la Catedral de esa ciudad, presidido por un aerodinámico, inverosímil órgano 'seventies'. El mítico Golden Gate Bridge. Un hotel lujoso y como de serie televisiva, y otro más modesto. Las tiendas minimalistas -muy para fotografías de Andreas Gursky- y los coches de alta gama y los de la policía en Beverly Hills. Los turistas en Hollywood, o Cinelandia, por decirlo ramonianamente. El soso e inhóspito 'downton' de Los Angeles. Muelles y embarcaciones de placer. Deportistas. Motoristas. Conductores. Camiones mastodónticos, relucientes, hiperrealistas. Autopistas y más autopistas. Palmeras y más palmeras. Un vetusto y tintinesco avión de hélices, y un globo aerostático tristemente desinflado, que en algo se tenía que notar que en su juventud, ya evocada hace unas líneas, el fotógrafo fue un loco de la aviación, hasta el extremo de haber estado a punto de convertirse en piloto de caza. Luego, cruzando la parte del Pacífico que baña aquella costa, el gran salto a Hawai -todo el itinerario lo ha contado con gracia el fotógrafo en un texto que no tiene desperdicio, y que está en su librito de 2000 USA2, con prólogo de Eduardo Quiles-, un Hawai donde se encuentra con bañistas hermanos de los de Las Arenas, y con remeros, y con una limousine blanca, un Hawai archiamericano y architurístico, donde visita Pearl Harbour en plan parque temático, y de donde en clave más optimista se trae el jovial y positivo Aloha que le sirvió para titular su individual de 1992 en el Centro Aragonés de Valencia, organizada por la benemérita Agrupación Fotográfica Valenciana (AGFOVAL), y cuya modesta tarjeta de invitación parodiaba, en plan 'pop' a lo Jasper Johns, una bandera norteamericana. Ciclos fotográficos fruto de viajes, y que en ocasiones han terminado convirtiéndose, como ya lo he indicado, en libros o en catálogos: me parece importante subrayar esa voluntad publicadora de Moltó, voluntad que culmina con el presente volumen, que como la retrospectiva en el MUViM que lo acompaña (gran trabajo el de ese museo de la Diputación de Valencia, en todos los ámbitos, incluido este de la fotografía, descuidado en cambio por otras pinacotecas que en su día fueron pioneras al respecto), es el primero que propone una mirada de conjunto sobre esta obra. Volumen cuyo editor, en el sentido de articulador, de casi cinematográfico montador -siempre son buenos para un fotolibro el contraste, la colaboración de esa mirada ajena- ha sido Juan Pedro Font de Mora, que tanto sabe de fotografía original y también de fotografía impresa, y que ha dado ya varias batallas a favor de su paisano, desde su estupenda librería-galería Railowsky, donde tantísimas maravillas se han ido proponiendo a nuestra contemplación a lo largo de los últimos veinticinco años. Resultado de la aludida invitación del MUViM, y del inteligente trabajo conjunto del editor y del propio autor, el libro caleidoscópico, de ritmo agilísimo y por momentos trepidante, que el lector tiene entre sus manos, termina siendo un canto coral y global -en muchos de los casos da igual dónde está tomada la fotografía- a las calles del hemisferio occidental, a su señalética, a sus neones heladores, a sus no pocas veces absurdos paneles publicitarios, a sus cafés viejos o nuevos con terraza o sin ella, a sus bancos públicos como el de la canción de Georges Brassens, a sus tiendas de lujo idénticas en todas las latitudes (efecto no sólo de la existencia de multinacionales, sino también de procesos miméticos, de identificación de la periferia con modelos importados, por lo general norteamericanos), a otras tiendas más antañonas y entrañables (he citado antes las que albergan las 'arcades' londinenses), a sus galerías de espejos, a sus escaparates, a sus salas de espera, a sus escaleras mecánicas; también a los medios de transporte, ya sean automóviles particulares, taxis, autobuses, tranvías, metros -espacio de hibridación que de tiempo inmemorial ha retenido de modo especial la atención de Moltó-, trenes, aviones con sus correspondientes aeropuertos... Pero Moltó, como Henri Cartier Bresson -otro de sus faros, junto a Walker Evans, a Erich Salomon (el alemán padre de la 'candid photography', y futuro mártir en Auschwitz), a Lee Friedlander, a Weegee, a René Burri, al ya aludido Robert Frank...-, no es un sociólogo ni mucho menos un caricaturista, sino un paseante con cámara, que además de constatar las mutaciones de la realidad, sabe ser poeta, ir a lo esencial. Rescatar, sobre todo, de la materia de sus días, entre las hugolianas y dispersas 'choses vues', instantes felices, momentos de tregua, unanimismos, luces, reflejos, gestos humanos, bodas, carnavales, manifestaciones, sonrisas abiertas, besos apasionados como el de la pareja bilbaína... Y este libro, que está en esas coordenadas estéticas y éticas, y que está lleno de ese saludable 'aire de la calle' aludido al comienzo de estas líneas, encuentra muy dignamente su sitio, en la fotobiblioteca ideal en marcha.
Se trata de una muestra antológica de 100 fotografías que repasan casi 50 años de incansable labor fotográfica de este humilde artesano de la fotografía.
Exposición. 14 nov de 2024 - 08 dic de 2024 / Centro de Creación Contemporánea de Andalucía (C3A) / Córdoba, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España