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La tradición moderna en la Colección Carmen Thyssen. Monet, Picasso, Matisse, Miró

Exposición / Museo Carmen Thyssen Málaga / Compañía, 10 / Málaga, España
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Cuándo:
14 jun de 2011 - 06 nov de 2011

Inauguración:
14 jun de 2011

Comisariada por:
Guillermo Solana

Organizada por:
Museo Carmen Thyssen Málaga
Etiquetas
Pintura  Pintura en Málaga 

       


Descripción de la Exposición

La exposición presenta una selección de las obras más contemporáneas de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza. El recorrido está estructurado en torno al arte español realizado entre 1890 y 1960, aunque también figuran algunos ejemplos relevantes del arte internacional. El objetivo que se persigue es establecer un diálogo entre las principales propuestas plásticas protagonizadas por artistas españoles y determinadas corrientes europeas y americanas que jugaron un papel fundamental en la configuración de la modernidad en nuestro país. Y todo ello gracias a la propia riqueza de los fondos de la Colección Carmen Thyssen.

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La exposición temporal se estructura en seis secciones que representan las tendencias más representativas del arte de aquellos años en España: Fin de siglo, Retorno al Mediterráneo, Vanguardias, Arte nuevo, Del surrealismo al informalismo y Abstracción lírica y arte normativo.

 

Fin de siglo

 

Durante el último tercio del siglo XIX se produjo una de las transformaciones más importantes de la historia del arte. Los impresionistas, en contra de la costumbre de trabajar en el estudio, pintaron sus lienzos enteramente al aire libre.

 

Por vez primera dejaron a la vista la ejecución a base de pinceladas yuxtapuestas. Asimismo, renunciaron al negro y utilizaron colores brillantes. Pero, sin duda, su aportación más radical, sobre todo la de Claude Monet, fue atender sólo a la apariencia óptica de las cosas y no a su materialidad real.

 

La modernidad llegó a España de la mano de pintores como Ramon Casas, Santiago Rusiñol y Joaquín Sorolla. Los dos primeros se formaron en París y no en Roma, tal como era habitual. En la capital francesa asistieron a la difusión del impresionismo a comienzos de la década de 1890. A partir de ese momento comenzaron a cultivar un tipo de pintura próxima al impresionismo y a artistas como James McNeill Whistler y John Singer Sargent, quienes habían trasladado las novedades impresionistas al campo del retrato. Algunas de sus obras más famosas, junto a las de sus colegas europeos y americanos -valga citar el ejemplo de Armand Guillaumin, Childe Hassam y William Merritt Chase-, se centran en la vida moderna de las grandes ciudades. Por su parte, Joaquín Sorolla dejó atrás su primer naturalismo de tipo regionalista y social y se aproximó al impresionismo tras su amistad con Sargent, Giovanni Boldini, Anders Zorn y Peter S. Krøyer, a comienzos del siglo XX. Sus obras maduras muestran una gran maestría en el empleo de una pincelada rápida y abocetada, capaz de captar los distintos matices de luz y color.

 

Hacia finales de siglo XIX surgieron en París nuevas corrientes plásticas englobadas dentro de lo que se conoce como el postimpresionismo. Uno de los grupos más influyentes fue el de los pintores nabis -integrado, entre otros, por Paul Sérusier, Maurice Denis, Édouard Vuillard y Pierre Bonnard-, quienes participaron de la concepción del cuadro como una 'superficie plana cubierta de colores agrupados en un cierto orden'. El postimpresionismo, y muy especialmente la pintura nabi, tuvo fuerte repercusión en la obra de artistas catalanes como Isidre Nonell, Ricard Canals, Joaquim Mir y Hermen Anglada i Camarasa, quienes liberaron su paleta hacia el cambio de siglo para luego seguir por caminos personales, siempre dentro de una concepción más o menos placentera o expresiva del color.

 

Retorno al Mediterráneo

 

Desde 1906, en Cataluña se alzaron voces contra lo que se consideraban fuegos de artificio del postmodernismo. En sintonía con las corrientes clasicistas que circulaban por Europa, sobre todo en París, críticos como Eugenio d'Ors abogaron por un arte más contenido y equilibrado, inspirado en las raíces mediterráneas catalanas: nacía así el noucentisme. No se puede hablar de un estilo noucentista unitario, aunque algunos de los referentes comunes fueron Puvis de Chavannes, Aristide Maillol y Paul Cézanne, artista este último recuperado a finales del siglo XIX por pintores franceses como Émile Bernard y Maurice Denis.

 

Joaquim Sunyer, lejos del noucentisme más historicista, hizo suyos algunos rasgos del arte moderno dentro de un lenguaje muy personal. Tras contemplar la obra de Cézanne, Sunyer se distanció de la pintura nabi y dotó a sus obras de una mayor contención. Buen ejemplo de ello son sus paisajes. Asimismo, Sunyer dedicó una parte importante de su obra a la pintura de figuras y, más concretamente, al retrato. Otro importante pintor noucentista de figuras fue el artista y crítico Rafael Benet.

 

Vanguardias

 

Mientras esto sucedía en Cataluña, en Europa soplaban otros vientos. Lejos de la pugna decimonónica entre romanticismo y clasicismo -a la que fue fiel el noucentisme-, las vanguardias que surgieron en Europa en torno a 1905 supusieron la superación de ambos extremos y la búsqueda de nuevas vías de experimentación plástica al margen del pasado.

 

Aunque asentados en Francia, artistas españoles como Pablo Picasso, Juan Gris y Joan Miró -presentes en la exposición- participaron activamente en este proceso.

 

Dos grupos de obras ilustran este recorrido por las vanguardias de la primera mitad del siglo XX. El primero está dedicado al momento fundacional del arte contemporáneo antes del fin de la Primera Guerra Mundial, y en él se pueden ver obras fauves, cubistas y simultaneistas de Georges Braque, Picasso, Juan Gris y Robert Delaunay.

 

El segundo se centra en un periodo posterior, el final de los años treinta, y corresponde a un momento de síntesis de los grandes movimientos artísticos vigentes como la abstracción y el surrealismo; a él cabe adscribir las obras de Miró, Willi Baumeister, Joaquín Torres-García y Wifredo Lam.

 

Arte nuevo

 

En España, el arte anterior a la Guerra Civil careció de la radicalidad plástica de los 'ismos' franceses, pero no faltaron propuestas originales. Las primeras noticias de las vanguardias llegaron en torno a 1909. No obstante, fue a raíz de la Primera Guerra Mundial cuando los intercambios se hicieron más frecuentes fruto del paso por nuestro país de artistas franceses e hispanoamericanos y del regreso de algunos artistas españoles. Entre estos últimos destaca la figura de Celso Lagar, quien junto a los uruguayos Rafael Barradas y Joaquín Torres-García, ensayó en Barcelona su particular síntesis de los 'ismos'. También en Madrid, Barradas influyó en la obra temprana de artistas como Salvador Dalí o Moreno Villa.

 

Ahora bien, los inicios de las vanguardias en España coincidieron temporalmente con el retorno a lenguajes más conservadores en el resto de Europa, en lo que se conoce como el 'retorno al orden'. Al ejemplo del Picasso clásico, se sumó entonces el de André Derain, Henri Matisse, Pierre Bonnard, Carlo Carrà o Giorgio Morandi.

 

El pintor catalán Josep de Togores fue uno de los primeros españoles en adscribirse a la nueva corriente en tierras francesas. En Barcelona el 'retorno al orden' prolongó la vigencia del noucentisme, mientas que en Madrid dio lugar a lo que se conoce como el 'Estilo 1925', uno de cuyos mejores representantes fue Benjamín Palencia.

 

Palencia, Francisco Bores y Pancho Cossío, entre otros, marcharon a París entre los años 1922 y 1926 y allí conformaron lo que se denominó la 'Escuela de París'. A fines de los años veinte y comienzos de los treinta desarrollaron un tipo de figuración lírica en la que se entremezclan elementos cubistas con la libertad plástica del surrealismo -entonces vigente en la escena francesa-. En el caso de Bores y Cossío, este tipo de pintura pura se prolongaría más allá de los años treinta.

 

Del surrealismo al informalismo

 

La Guerra Civil supuso una brusca parada en el curso de la renovación artística española. Hubieron de pasar casi diez años hasta que una nueva generación de artistas saliese a la luz a finales de los años cuarenta. Y aun así sólo fue posible gracias al apoyo de un escaso número de críticos, galeristas y coleccionistas activos en los años treinta.

 

Cerradas las fronteras, la mirada de los jóvenes artistas españoles se tornó hacia el surrealismo. Dicho movimiento había protagonizado muchas de las iniciativas artísticas de preguerra, como la II Exposición Internacional de Surrealismo, celebrada en Santa Cruz de Tenerife en 1935. A ello se unía el propio prestigio de surrealistas como Dalí y Miró, este último convertido en modelo de la nueva generación de artistas.

 

Antoni Tàpies y Antonio Saura evolucionaron desde el surrealismo mironiano de sus primeras obras hasta el informalismo de sus pinturas maduras. Tàpies dejó atrás el magicismo de sus obras del periodo 'Dau al Set' para ahondar en la expresividad de la materia y en la capacidad evocadora de los muros; todo ello dentro de una búsqueda de despojamiento afín a la de artistas como el esloveno Zoran Music. Por su parte, Saura puso fin a sus 'constelaciones' y sus 'paisajes del subconsciente', y a mediados de los años cincuenta ensayó diversas técnicas próximas al automatismo surrealista. Tras esa etapa de experimentación, en torno a 1957 inició su obra madura dentro de una figuración gestual de colores sobrios, inspirada en Goya y en la tradición de la pintura española del Siglo de Oro.

 

Abstracción lírica y arte normativo

 

En la década de 1950 se abrieron las fronteras con el extranjero y comenzaron a llegar noticias de una nueva corriente artística hasta entonces prácticamente inédita en España: la abstracción. Los primeros debates en torno a ella celebrados en nuestro país datan de 1949. En 1953 el Primer Congreso de Arte Abstracto de Santander evidenció la importancia de la no-figuración también entre los jóvenes pintores españoles. Pero la abstracción se nutrió, sobre todo, de los viajes de artistas a París y de la llegada a España de importantes muestras internacionales, como la dedicada a la pintura americana en 1958 por el Museo Nacional de Arte Contemporáneo.

 

Como fuera de España, en nuestro país las nuevas propuestas nofigurativas fluctuaron entre una abstracción lírica, heredera de Kandinsky, y otra de corte normativo. A la primera caben adscribir las pinturas tempranas de Luis Feito, así como la obra de Ràfols Casamada y Manuel Hernández Mompó. La obra de Gerardo Rueda, por contra, posee un sustrato más geométrico, aunque de una geometría más cercana a la música que la frialdad de las matemáticas.

 


Imágenes de la Exposición
Claude Monet, La casa entre las rosas, 1925

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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