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Extimidad. Arte, intimidad y tecnología

Exposición / Es Baluard Museu d'Art Contemporani de Palma / Pl. Porta de Santa Catalina, 10 / Palma, Baleares, España
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Cuándo:
28 ene de 2011 - 01 may de 2011

Inauguración:
28 ene de 2011

Comisariada por:
Pau Walder Laso

Organizada por:
Es Baluard Museu d'Art Contemporani de Palma
Etiquetas
Video arte  Video arte en Baleares 

       


Descripción de la Exposición

Extimidad. Arte, intimidad y tecnología reúne una docena de obras, entre instalaciones interactivas, vídeo generativo, entornos virtuales y una pintura al óleo. Artistas: Gazira Babeli, Clara Boj, Diego Díaz, Martin John Callanan, Grégory Chatonsky, Rafael Lozano-Hemmer, Paul Sermon, Christa Sommerer, Laurent Mignonneau y Carlo Zanni.

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El 12 de marzo de 1969, en la clase 14 del Seminario XVI, el psicoanalista Jacques Lacan acuña la palabra extime para definir de qué manera, en la experiencia analítica, lo más interior tiene una cualidad de exterioridad. Afirma Lacan que «lo que es lo más íntimo justamente es lo que estoy constreñido a no poder reconocer más que fuera» (Lacan, 2008: 246). La extimidad, por tanto, como indica Jacques- Alain Miller, «no es lo contrario de la intimidad. La extimidad afirma que lo íntimo es Otro, como un cuerpo extraño, un parásito» (Miller, 1994: 76). Este concepto específico del psicoanálisis parece complejo en principio, pero revela una condición de la construcción de nuestra personalidad y nuestra relación con los demás que cada vez se hace más patente: la ambigua posición de nuestro yo entre la voluntad de preservar una intimidad y la necesidad de compartir nuestras experiencias y pensamientos con los demás. El yo y el Otro mantienen una relación de interdependencia, como ya señalara Sigmund Freud: «En la vida anímica individual aparece integrado siempre, efectivamente, 'el otro', como modelo, objeto, auxiliar o adversario y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado.» (Freud, 2000: 7). Se plantea así una dualidad entre individuo y grupo, y más notablemente entre «interior» y «exterior». Lacan ilustraba esta situación empleando la imagen de una banda de Moebius, una superficie con una sola cara en la que interior y exterior se confunden. David Howe identifica estos conceptos con la relación entre el individuo y la sociedad, a la vez que afirma la influencia de esta última: «Lo 'exterior' social ayuda a formar lo 'interior' psicológico, de modo que el individuo no puede fácilmente disociarse del mundo cultural particular donde se halla. Ya no es adecuado considerar al individuo como una entidad psicológicamente discreta. La mente no es algo que sólo aparece en el seno del mundo; la mente es un producto directo de la propensión 'interpretativa' del cerebro hacia el mundo.» (Howe, 1997: 31). En el proceso de formación del yo influye, por tanto, de manera decisiva, la relación que el individuo mantiene con su entorno. El Otro al que hacen referencia Lacan y Freud será, por tanto, algo íntimo y a la vez ajeno, ya sea el inconsciente o la sociedad: lo cierto, en definitiva, es que nuestro yo no es un núcleo sólido y estable, sino una entidad hueca que aloja en su interior, como señala Helena Béjar, «el Gran Hermano de Orwell» (Béjar, 2007: 147).

 

La de Lacan no es la única definición que se ha propuesto para el término «extimidad». En 2001, el psiquiatra Serge Tisseron, ignorando la aportación lacaniana, propone definir la extimidad como «el movimiento que empuja a cada cual a mostrar una parte de su vida íntima, tanto física como psíquica» (Tisseron, 2001: 52). Esta definición se encuentra en un estudio que el autor hace del programa de la televisión francesa Loft Story, cuya particular dinámica (el programa consiste en observar a un grupo de jóvenes encerrados en un apartamento y vigilados por cámaras las 24 horas del día) le lleva a preguntarse cuál es el significado de la intimidad hoy en día. Para Tisseron, por tanto (al contrario de lo que señala Jacques- Alain Miller), la extimidad es lo contrario de la intimidad, es la exposición al exterior de las partes más íntimas de la persona, tanto de su cuerpo como de sus pensamientos y deseos. Con todo, Tisseron también indica que este «movimiento» no se limita a ser un simple exhibicionismo, sino que sirve para construir la propia identidad: «Si la gente quiere exteriorizar ciertos elementos de su vida, es para adaptarse mejor a ellos, en un segundo momento, al interiorizarlos de otro modo gracias a las reacciones que suscitan en las personas de su entorno. El deseo de 'extimidad' se pone, de hecho, al servicio de la creación de una intimidad más rica.» (Tisseron, 2001: 53). De esta manera, coincide con lo expresado por otros autores sobre la relación contradictoria entre lo íntimo y lo público, y también señala el carácter puramente individualista de esta «cultura de la extimidad», en la que el individuo se muestra a los demás, no para compartir algo con ellos sino para verse reflejado en sus miradas y reafirmar su propia singularidad: se trata, como indica Tisseron, de anexar a uno mismo el mayor número de cosas, de mostrar más para ser conocido por un gran número de personas y tener así la ilusión de estar multiplicando los espejos de su propia identidad (Tisseron, 2001: 147). Otros autores refuerzan la idea de la personalidad contemporánea como individualista y hasta cierto punto desconectada de la colectividad: Marcel Gauchet, por ejemplo, establece «tres edades de la personalidad», siendo la actual una personalidad basada en la afirmación de su propia identidad, que se adapta a su entorno pero no concibe aquello que escapa a sus intereses. Con cierto pesimismo, afirma que «nos dirigimos a un mundo en el que la construcción de las identidades tiene otros fundamentos, y posiblemente de manera más negativa que positiva» (Gauchet, 2000: 39). El sociólogo Zygmunt Bauman, por otra parte, incide en la adaptabilidad de esta nueva identidad, que se reconstruye y reinventa a sí misma según las circunstancias en que se encuentra: «la nuestra es una 'identidad de palimpsesto', un yo con forma de tablilla donde se puede escribir, borrar y escribir de nuevo; una identidad temporal hecha de una serie de episodios, cada uno cerrado en sí mismo, como si fuera una colección de fotos» (Béjar, 2007: 127).

 

La identidad escenificada

 

La imagen que nos ofrece Bauman de la identidad como una tablilla sobre la que se puede escribir y borrar conduce a ver el yo como algo construido a partir de elementos que el individuo extrae de su entorno. Se puede hablar así, hasta cierto punto, de una ficción: según el mismo autor, «las gentes ya creen que viven sus vidas como un conjunto de elecciones y hacen de su identidad un relato construido a voluntad» (Béjar, 2007: 134). Michael Argyle designa con la palabra autoimagen la manera en que una persona se percibe a sí misma, y que incluye atributos como el nombre o la imagen corporal, sexo y edad. Esta imagen tiende a ser una versión algo mejorada, idealizada y censurada que la persona llega a creerse (Argyle, 1978: 143- 144). Por tanto, la imagen que el individuo elabora de sí mismo es el resultado de una ficción, una escenificación incluso, como señala Tisseron: «la manera en que todo niño descubre hoy en día una cantidad de imágenes fotográficas o filmadas de su propia persona tiende a modificar las bases de la representación que él se construye de sí mismo: la apariencia corresponde más y más a una escenificación (mise en scène) y cada vez menos a un 'reflejo de identidad'» (Tisseron, 2001: 169).

 

Demasiada proximidad

 

El concepto de intimidad se asocia a menudo con una proximidad física. Como indica Argyle: «las personas se mueven hacia un grado de equilibrio en la intimidad con otros, donde: la intimidad está en función de la proximidad física, el contacto ocular, la expresión facial (sonrisa), el tema de conversación (si es muy personal), el tono de voz (amable), etc.» (Argyle, 1978: 31). La distancia entre las personas determina en gran medida sus acciones y sus percepciones de una situación determinada. Afirma el antropólogo Edward T. Hall que «el hombre es un ser rodeado de una especie de campos que se ensanchan y se reducen, que proporcionan información de muchos géneros» (Hall, 2003: 141). En 1963, Hall propone el término proxémica para designar las teorías del empleo que el hombre hace del espacio y distingue cuatro tipos de distancia (íntima, personal, social y pública) que se diferencian por el espacio que separa a dos personas en un determinado momento. Entre ellas cabe destacar la llamada distancia íntima, que se sitúa entre 0 y 45 centímetros. En esta distancia, señala Hall, «la presencia de otra persona es inconfundible y a veces puede ser muy molesta por la demasiado grande afluencia de datos sensorios. La visión (a menudo deformada), el olfato, el calor del cuerpo de la otra persona, el sonido, el olor y la sensación del aliento, todo se combina para señalar la inconfundible relación con otro cuerpo» (Hall, 2003: 143). La intimidad puede entenderse así como un concepto espacial, y de la misma forma lo es la extimidad, tal como indica Paul Kingsbury: «la extimidad implica las espacialidades sociosubjetivas de la intimidad externa y la exterioridad íntima» (Kingsbury, 2007: 237). Haciendo referencia a la pérdida de intimidad en la sociedad actual, Jean Baudrillard señaló en su conocido artículo «El éxtasis de la comunicación» que nos encontramos «en una nueva forma de esquizofrenia», que sume al individuo en «ese estado de terror próximo a lo esquizofrénico: demasiada proximidad de todo, la promiscuidad sucia de todo lo que toca, confiere y penetra sin resistencia, sin un halo de protección privada, ni siquiera su propio cuerpo, que pueda ya protegerle [...] Es el fin de la interioridad y la intimidad, la sobreexposición y la transparencia del mundo que le atraviesa sin obstáculo» (Baudrillard, 1993: 132-33).

 

Privacidad 2.0

 

La paradójica fusión de lo interno y lo externo que propone el concepto de extimidad nos lleva a considerar cómo se aplica este principio al ámbito de lo público y lo privado. Antes considerados ámbitos separados y opuestos (Tisseron, 2001: 49), se revelan cada vez más interdependientes y complementarios. La faceta más evidente de esta transformación nos la dan los medios de comunicación, con la multitud de reality shows y programas de prensa rosa, cuya creciente popularidad y rentabilidad se basa en la sencilla fórmula de exponer y comentar la intimidad de unas personas, anónimas o famosas. Otra faceta, tal vez más importante y a menudo ignorada, es la rápida difusión y almacenamiento de datos personales que posibilitan las redes informáticas. Manuel Castells advertía hace ya unos años que el 92% de los sitios web de Estados Unidos recogen los datos de sus usuarios y los procesan según sus intereses comerciales (Castells, 2001: 224). Así, a medida que se acumulan los datos de cada persona en múltiples bases de datos y sitios web del planeta, la esfera privada disminuye y los secretos desaparecen. En la cita que abre este texto, Jean Baudrillard afirma que vivimos en el éxtasis de la comunicación, y que este es obsceno. Cabría señalar aquí que Baudrillard considera que esta no es obscenidad de lo oscuro o prohibido, sino al contrario, «la obscenidad de lo visible, lo demasiadovisible, lo más-visible-que-lo-visible. Es la obscenidad de lo que ya no tiene ningún secreto, lo que se disuelve completamente en la información y la comunicación» (Baudrillard, 1993: 131). No hay secretos, como tristemente descubrió la joven profesora cuya foto de borrachera fue vista por sus superiores en su perfil de MySpace. La sociedad se acerca así a la estructura del Panóptico, ideado por el filósofo Jeremy Bentham en 1785, un recinto carcelario diseñado de tal manera que los presos pudieran ser controlados en todo momento y no supiesen cuando les estaban observando. En efecto, hoy en día diversas empresas controlan numerosos datos acerca de los usuarios de Internet, pero, más aún (algo que Bentham seguramente no había pensado), son los propios usuarios los que facilitan estos datos, a menudo inconscientes de su valor o de las consecuencias derivadas de facilitar una información a la que luego no podrán acceder ni tampoco eliminar. Por otra parte, la costumbre de ser vigilado por cámaras de seguridad y el deseo de mostrarse en vídeos personales lleva al individuo a acostumbrarse a ser captado por una cámara (Tisseron, 2001: 84; Zwerger y Medosch, 2007: 18). Algo que coincide con la paranoia generada por los atentados del 11 de septiembre de 2001, que ha llevado a una sociedad en la que los sistemas de vigilancia son cada vez más numerosos y la defensa de la privacidad es vista incluso como sospechosa. A ello se suma la cultura de la extimidad que hemos descrito anteriormente, y que encuentra su terreno ideal en las redes sociales. Max van Manen denomina a Facebook, MySpace, Twitter y otras redes sociales como «tecnologías de Momo», en referencia al mito de las ventanas del hombre que citamos al principio de este texto: «el efecto Momo de estas tecnologías es que proporcionan un acceso directo a lo que es más interno y simultáneamente, pueden tener el efecto de trivializar y difundir ampliamente lo privado en planos dispersos de lo público» (van Manen, 2010: 1023-24). Este mismo autor nos recuerda que los secretos no son algo negativo, sino más bien necesario en el desarrollo de la propia identidad y el sentido de intimidad. Pero también indica que «los jóvenes pueden no experimentar la privacidad de la misma manera que sus padres lo hacían y hacen aún. Puede que no vean la necesidad de una privacidad, o tener un sentido diferente de lo que es la privacidad» (van Manen, 2010: 1025). Para un adolescente, lo privado puede estar más asociado con el ambiente opresivo del hogar, en el que tiene que seguir las normas dictadas por sus padres, mientras asocia lo público con las comunidades virtuales en las que participa libremente. En estas comunidades, como por ejemplo la de los amigos de Facebook, se puede percibir lo que Felix Stadler denomina «privacidad acotada»: la información de carácter íntimo queda restringida a un círculo de confianza (Stadler, 2007: 127). Esta concepción de la privacidad, no obstante, olvida que hay un tercer elemento, el Otro en lo más íntimo, que en este caso es la empresa que proporciona el servicio y conserva todos los datos de sus usuarios para usos comerciales.

 


Imágenes de la Exposición
Paul Sermon, Telematic Dreaming, 1992

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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