De la misma forma que ha cambiado nuestro estilo de vida, la revolución tecnológica del siglo XXI ha desbrozado nuevas sendas creativas en el campo del arte, ofreciendo nuevos soportes y también nuevas posibilidades expresivas. En ese terreno se mueve el artista holandés Jacco Olivier (1972), que explora desde hace años las potencialidades del cine aplicado a la pintura, mediante un trabajo minucioso que pasa por la reelaboración continua del lienzo y la plasmación fotográfica de cada pequeña mutación de la composición pictórica, casi de cada pincelada, para, finalmente, convertir esa serie de fotografías en una pequeña película de animación de corta duración. Se trata de una suerte de vídeo-pintura, de 'cuadros animados' dotados de un movimiento de ensueño, de efecto embrujador, y con una banda musical a menudo confeccionada con sonidos grabados por el propio artista.

Hay que aclarar que, si bien la gramática que emplea Olivier es cinematográfica, su lenguaje es plenamente pictórico. En ocasiones se inclina por las formulaciones clásicas del paisaje y el retrato, en una línea realista que puede observarse en piezas como 'Bath' (2009), en la que, tomando prestado el tema del bañista (frecuentemente pintado por Degas, Renoir, Cézanne, Matisse y Sorolla, entre otros), estabiliza la mirada en una figura solitaria desnuda que se seca con una toalla. En otros casos recurre a una pintura de trazos más abstractos, como en 'Revolution' (2010), la película más larga de las once que trae al CAB: a lo largo de veinticuatro minutos el espectador asiste al desarrollo de un día entero en un ambiente galáctico de planetas y estrellas, que se mueve de la luz solar más intensa al negro vacío y viceversa, resuelto con un cromatismo exuberante y sugestivo.

En todo caso, las creaciones del pintor-cineasta holandés plasman situaciones cotidianas, muchas veces intrascendentes, con un hilo narrativo muy tenue, que se basan en la transición y la combinación de los colores para sugerir emociones que pasan del optimismo a la extrañeza y el miedo. Se trata de historias sin un principio ni un final definidos, que el espectador debe llenar de sentido a través de las sensaciones que le sugiere su contemplación.