No sé si aparecerá por la galería, porque no es un hombre muy sociable, pero si viene lo reconocerán en seguida: largo y flaco, (lanky como dirían en su tierra), con cierto aire a lo Jack Palance -un tipo duro con un corazón de oro- y una mirada que disuade de contar bobadas, porque no las soporta, y una risa honda que se amplía en carcajadas interminables si la ocasión lo merece.

Este hombre ha pintado y pinta, valiéndose de una técnica mixta con abundante uso del collage, algunos de los cuadros más elegantes, sentidos, mesurados, cool, que se han visto por aquí en los últimos veinticinco años. Puede que a él le moleste lo de elegante, porque no va de eso, y porque en pintura lo de elegante se asigna a menudo a ... quienes no son capaces ni de equivocarse.

Ése no es el caso de Edward, él, sin aspavientos, ha ido profundizado en sus composiciones, puliendo sus bellísimos colores y eliminando de su pintura cualquier gesto superfluo, hasta representar los bodegones que tan bien pintaba ya en los 90, con más libertad, más verdad y más soltura que nunca. Ha podido acercar la vista desde la ventana de su loft a la ternura de Avery y la severidad de Mondrian. No insistan mucho, pero elegante, lo es.