Su obra es claro reflejo de una evidente madurez, lo que no impedirá la búsqueda nuevos enfoques y elementos de expresión como consecuencia de su permanente diálogo con el lienzo o el papel. Este diálogo se sustenta en el convencimiento de que la expresión artística es como un viaje, un caminar hacía adentro, una forma de reflexionar sobre la existencia y con ella, de modo inseparable, su sentido de finalidad. Desde la anterior premisa el cuadro viene a ser un laberinto de caminos, geografía desconocida, ondas, tramas, redes, que nos hablan, de forma indubitable, de la capacidad de la artista para la evocación espacial y musical, expresado con la mayor austeridad y limpieza de lenguaje.

En la obra de Ruth Morán podemos apreciar un orden composicional que tiende a la homogeneidad del gesto pudiendo calificar el resultado de 'geometría gestual'.

Utilizando oposiciones de luz y sombra y a través de una infinita reduplicación de líneas consigue concentrar en cada una de sus composiciones una poderosa y potente imagen, dotada a su vez de gran armonía, y en las que, sin descuidar el orden compositivo, consigue mantener la tensión expresiva.

De su obra se desprende una gran emotividad, dentro de los cánones de la abstracción, cada vez más depurada y limpia, y su pintura tiene el atractivo de la gestualidad, tendiendo una mirada hacia el expresionismo abstracto.