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Federico Fellini. El circo de las ilusiones

Exposición / Fundación La Caixa - CaixaForum Barcelona / Av. Ferrer i Guàrdia, 6-8 / Barcelona, España
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Cuándo:
17 feb de 2010 - 13 jun de 2010

Inauguración:
17 feb de 2010

Comisariada por:
Sam Stourdzé

Organizada por:
Fundación La Caixa - CaixaForum Barcelona

       


Descripción de la Exposición

La Obra Social la Caixa desvela los mecanismos de la creación del mito felliniano a partir de más de 400 piezas, incluyendo numerosas fotografías, dibujos y films inéditos hasta ahora

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Dentro de su programación cultural, la Obra Social 'la Caixa' presta una atención preferente a las manifestaciones artísticas más contemporáneas, las propias de los siglos XX y XXI. En esta línea se enmarcan las exposiciones dedicadas a grandes nombres del mundo del cine, la forma artística más característica del siglo XX, junto a la fotografía. Es el caso de Charles Chaplin o de Federico Fellini, uno de los artífices de la modernidad cinematográfica.

 

Federico Fellini. El circo de las ilusiones está centrada en las imágenes, gracias a las cuales el espectador descubrirá el universo felliniano. La muestra, pues, constituye un laboratorio visual que incluye más de cuatrocientas obras y en el que se propicia el diálogo entre las imágenes fijas y las imágenes animadas.

 

La exposición se articula en torno a cuatro grandes ámbitos, que presentan a Fellini a través de sus distintas obsesiones y sus fuentes de inspiración como materia prima de su proceso creativo. Así, no se trata de una muestra estrictamente cronológica, ni filmográfica, y se ha optado por abordar de forma amplia los temas propios del siglo XX -el siglo del cine y de las imágenes- desde una óptica felliniana.

 

A los diecinueve años, Federico Fellini abandonaba Rímini para partir a la conquista de Roma. Inició su carrera trabajando como caricaturista para diversos periódicos satíricos, pero no tardó en lanzarse a escribir y, en la década de 1940, colaboró en la redacción de numerosos guiones de películas. Por ejemplo, trabajó junto a su amigo Roberto Rossellini en Roma, ciudad abierta (1945) antes de debutar como director con Luces de variedades (1950).

 

Algunos años más tarde, lograría el reconocimiento internacional gracias al Óscar que obtuvo por La strada (1954). A los cuarenta años, Fellini provocó una gran polémica con La dolce vita (1960). La Iglesia, que hasta entonces le había apoyado (considerándole incluso un cineasta católico), se indignó al estrenarse el filme, que tachó de decadente y blasfemo.

 

Fellini continuó su carrera de forma totalmente libre, al margen de las tendencias. Alteró las reglas de la narración, deconstruyó el relato, reinterpretó el cine. La película 8½ (1963) supuso un nuevo giro: sus cuestionamientos sobre la creación y su reflexión sobre el cine le llevaron a superar las fronteras de lo real para explorar el mundo de lo imaginario. Los recuerdos de infancia, el inconsciente y los sueños empezaron a tomar relevancia en su obra. Su biografía continuó siendo uno de sus temas recurrentes, pero a partir de ahí no dudó en interpretar su propio papel (Apuntes de un director, Los clowns, Roma, Entrevista).

 

Cultura popular

 

En este primer ámbito, se analizan las obsesiones de Fellini y cómo éste las reflejó en sus películas: desde el mundo del cómic hasta el circo, pasando por su visión de la religión, el poder o los medios de comunicación. El cineasta se inspiraba en lo que le rodeaba y en el amplio repertorio de sus recuerdos, ya fueran reales o inventados.

 

Al llegar a Roma, Federico Fellini se gana la vida como caricaturista trabajando para diversos periódicos satíricos, como 420, Marc'Aurelio o Il Travaso. Fellini traslada al papel un mundo con cierto aire de espectáculo circense, poblado de rostros extraños y mujeres de generosas formas. Simultáneamente, inicia su carrera como guionista y poco después como director, y pese a ello, nunca dejará definitivamente de dibujar. Para expresarse, Fellini utilizará el dibujo para ilustrar a sus colaboradores las situaciones que desea llevar a la pantalla o, a partir de los años sesenta, para dar forma a sus sueños.

 

A lo largo de toda su vida, Fellini se muestra fascinado por las tiras cómicas. Creado en 1934 por Lee Falk, el personaje de Mandrake, mago de variedades, encarna uno de los temas fellinianos más recurrentes: el espectáculo popular. El cineasta se lanza en repetidas ocasiones a la adaptación cinematográfica de las aventuras de Mandrake, pero sin éxito. Finalmente logra llevar a cabo el proyecto, aunque será a través de la prensa. Como invitado especial en el número de Vogue de diciembre de 1972, Fellini crea una fotonovela en la que Marcello Mastroianni interpreta el papel de Mandrake.

 

Cuando se le preguntaba sobre su próxima película, Fellini respondía: «Mastorna». Sin embargo, nunca llegó a realizar la historia de este hombre que descubre el más allá. Se rodaron las primeras escenas, pero Fellini cayó gravemente enfermo y el rodaje tuvo que suspenderse. Finalmente, Mastorna vio la luz en forma de cómic en 1992, en un proyecto firmado a medias con Milo Manara.

 

Otro atributo de la cultura popular presente en la filmografía de Fellini son los desfiles, que se muestran en todas sus formas: desde el desfile fascista hasta el de las prostitutas o los clowns. «Nacemos con tres imágenes: el rey, el duce y el papa», declaró. En sus películas podemos ver la ridícula arrogancia de unas paradas fascistas que atraviesan la escena a paso ligero, así como una mezcla de fascinación y sarcasmo en lo que concierne a la Iglesia.

 

De la misma manera, las películas de Fellini también contienen múltiples referencias a aspectos de la cultura popular, como la comida o la música. «Aquí todo se relaciona con la barriga y todo la hace crecer. [...] Un espectáculo para devorar con la mirada, pero también la amenaza de toda una serie de miradas, bocas, rostros y cuerpos desbordantes ávidos de engullir». En Roma (1972), el cineasta recrea el ambiente tan típicamente romano de las terrazas en las calles, que se convierten en pintorescos lugares de encuentro y relaciones sociales.

 

En los sesenta, el rock toma la ciudad de Roma y se convierte en un verdadero fenómeno popular. En la escena de la velada en las termas de Caracalla de La dolce vita (1960), Anita Ekberg pide un rock, y veinte años después, en La ciudad de las mujeres (1980), Fellini se hace eco de un nuevo género musical que propaga su violencia entre los jóvenes: el rock duro. En Ginger y Fred (1986), el cineasta crea falsos conciertos de rock duro, que inserta en una pantalla de televisión, alternándolos con los falsos anuncios.

 

La mitología felliniana pasa también por el espectáculo de la ilusión. El circo y el espectáculo de variedades están presentes a lo largo de toda su obra, desde Luces de variedades (1950) hasta Los clowns (1970). «Este tipo de espectáculo basado en el encanto y el asombro, la fantasía, la bufonada, la fábula y la ausencia de significado intelectual es precisamente el espectáculo que va conmigo». En sus películas deambulan criaturas extrañas, herederos de la tradición artística de los grutescos (o grotescos), así como de los personajes salidos de la commedia dell'arte, que configuran el mundo según Fellini, a caballo entre el carnaval y la corte de los milagros. Antes de cada rodaje, Fellini se mantiene fiel a su método: «Pongo un pequeño anuncio en los periódicos con más o menos el siguiente texto: 'Federico Fellini recibirá a todos aquellos que quieran verle.' [...] Acuden todos los locos de Roma, y la policía con ellos [...]».

 

Fellini es contemporáneo del auge de la imagen mediática. Por ese motivo, otra de las constantes en la filmografía de Fellini es la aparición y el uso de los medios de comunicación: la prensa, la televisión, la publicidad, etc. En los años cincuenta, Roma empieza a ser conocida como «el Hollywood del Tíber». Por la noche, los fotógrafos se plantan frente a los bares y salas de fiestas esperando la salida de una artista con su nueva conquista colgada del brazo. Si la fotografía es buena, al día siguiente será portada. Así nace la prensa del corazón y esa nueva profesión que la alimenta. Y será Fellini quien dé nombre a esos ladrones de imágenes, a quienes llamará paparazzi; término que proviene del nombre de Paparazzo, fotógrafo en La dolce vita interpretado por Walter Santesso.

 

Un año después del escándalo de La dolce vita, Fellini propone a Anita Ekberg un extraño papel en una nueva película, Las tentaciones del doctor Antonio (1962). La actriz aparece tumbada en una gigantesca valla publicitaria, con un escote muy generoso, como reclamo para el consumo de leche. Fellini vuelve a explotar el tema de la moral y las buenas costumbres, contra las cuales atentan las imágenes del mundo moderno. Fellini también parodia la publicidad. En Ginger y Fred (1986) realiza falsos anuncios televisivos y extravagantes carteles y los inserta en el filme; una diatriba contra esa televisión privada que ofrece un espectáculo mediocre al público.

 

Fellini en acción

 

En este ámbito de la exposición, se muestran los procesos para dar forma al universo felliniano junto con sus colaboradores. La figura de Nino Rota es indisociable de la obra de Fellini. Rota compone la música del conjunto de sus películas, desde El jeque blanco (1952) hasta Ensayo de orquesta (1979). Fellini describe así esta intensa colaboración: «El trabajo con Rota se hace exactamente igual que para elaborar los guiones. Yo me sitúo cerca del piano frente al que se sienta Nino y le digo exactamente lo que quiero. [...] Él sabe que la música de una película es un elemento accesorio, secundario, que sólo ocupa el lugar principal en raros momentos».

 

Por lo que respecta al guión, Fellini afirmó: «Le tengo miedo. Es odiosamente indispensable. Para trabajar, necesito establecer con mis colaboradores una complicidad de compañeros de escuela. [...] He tenido la suerte de haber podido establecer esta camaradería estudiantil con todos los guionistas que han trabajado conmigo: de Tullio Pinelli a Ennio Flaiano, de Zapponi a Rondi o a Tonino Guerra».

 

Piero Gherardi colaboró durante más de veinte años con el cineasta como escenógrafo y diseñador de vestuario. Recibió dos premios Óscar por el vestuario de La dolce vita y de 8 ½. «Al principio de cada una de mis películas, la mayor parte del tiempo la paso en mi mesa de trabajo, pintarrajeando nalgas y pechos. Es mi forma de empezar el filme, de descifrarlo mediante estos garabatos [...]. Después, estos bosquejos, estos pequeños apuntes, pasan a manos de mis colaboradores».

 

A lo largo de su carrera, Fellini fue nominado veinticuatro veces a los premios Óscar, y ganó ocho: cuatro a la mejor película extranjera (La strada en 1956, Las noches de Cabiria en 1957, 8 ½ en 1963 y Amarcord en 1974), tres al mejor diseño de vestuario (La dolce vita en 1961 y 8 ½ en 1963, con vestuario de Piero Gherardi, y Casanova en 1976, con vestuario de Danilo Donati) y un Óscar como reconocimiento a la totalidad de su carrera en 1993.

 

Cuando rueda una escena, Fellini busca obtener de los actores una actitud, una emoción. En esta etapa de la construcción de la película, la palabra le interesa bien poco. Prefiere que los actores cuenten en vez de recitar el texto: «Cuenta hasta seis, lentamente y con amargura; después continúa hasta veintinueve, pero añadiendo un matiz de desprecio». Introduce los diálogos en la película después del rodaje y realiza castings de voces para elegir las que mejor se adaptarán a sus personajes.

 

La ciudad de las mujeres

 

En la obra de Fellini, se suceden las obsesiones femeninas. Forman una gran familia en la que el cineasta se siente a gusto. La ninfomanía de la Saraghina de 8 ½ (1963) recuerda a la de la Volpina de Amarcord (1973), y los enormes pechos de la estanquera de Amarcord parecen los mismos que los de la campesina de La ciudad de las mujeres (1980).

 

En los años cincuenta, la pin-up encarna al tiempo la evolución de la moral y el auge de cierto tipo de prensa masculina. Gracias al mundo moderno y a la nueva relación que éste establece con las imágenes, basta con una belleza generosa para conseguir la celebridad... Modelo de portada, Anita Ekberg es una de esas bellezas esculturales. Fellini la elige para La dolce vita por lo que ella representa: «Su belleza es sobrehumana. Cuando la vi por primera vez en una revista americana, me dije '¡Dios mío, haz que no la conozca nunca!'».

 

Al preparar el filme Las noches de Cabiria (1957), en el que Giulietta Masina interpreta el papel de una prostituta, Fellini ya se había documentado ampliamente sobre el tema. Su amigo Beno Graziani recuerda que todas las prostitutas reconocían a Fellini y le llamaban por su nombre de pila. Para Fellini, «la prostituta es el contrapunto esencial a la madre italiana. No puede concebirse una sin la otra. De la misma forma que nuestra madre nos ha alimentado y vestido, la puta nos ha iniciado en la vida sexual».

 

Hablar de la relación de Fellini con las mujeres significa también interrogarse sobre el lugar que ocupa el hombre. En este sentido, su relación con el personaje de Casanova es bastante significativa. Por un lado, afirma odiarlo - «El macho italiano en su versión más penosa, un cobarde, un fascista. Porque en realidad, ¿qué es el fascismo, sino una adolescencia tardía?»- pero en algún punto se identifica con el gran seductor: «No en el sentido del amante de las mujeres, sino en el sentido del hombre que no puede amar a las mujeres porque ama una idea fantástica de las mujeres».

 

Se ha dicho a menudo que Marcello Mastroianni era el alter ego del cineasta en la pantalla. El origen de esta interpretación podría hallarse en el papel que Mastroianni interpreta en 8 ½ (1963), el de un director falto de inspiración. En cambio, Mastroianni, que aparece en seis películas de Fellini, interpreta su propio papel en Apuntes de un director (1969) y Entrevista (1987). El cineasta declara, categóricamente: «No es cierto que Marcello sea yo, mi doble cinematográfico. [...] Intento que se me parezca porque es mi manera más directa de ver el personaje y la historia; es una tarea muy delicada, posible sólo gracias a una profunda amistad y a un deseo exagerado de exhibición».

 

La invención biográfica

 

Este último ámbito de la exposición recorre los recuerdos infantiles y los sueños que aparecen constantemente en sus filmes. 8 ½ (1963) cuenta la historia de un director en crisis de inspiración, una especie de réplica de Fellini en la pantalla. Esta película supone un giro en la obra del cineasta. A partir de ese momento, el propio Fellini se convierte en uno de sus temas recurrentes y participa en la puesta en escena de su propia imagen, como muestran los carteles promocionales del filme y, sin ir más lejos, su título: ese 8½ corresponde sencillamente a la octava película y media de Fellini. Luces de variedades (1950), que codirige con Alberto Lattuada, cuenta la mitad, como los dos mediometrajes Agencia matrimonial (1953) y Las tentaciones del doctor Antonio (1962).

 

Entre 1960 y 1990, Fellini llena de dibujos dos grandes libros habitualmente destinados a la contabilidad de producción. La riqueza de los colores y la utilización esporádica del guache confirman que Fellini se consagra a largas sesiones de dibujo. El cineasta vuelca en el papel sus obsesiones, temores y angustias a lo largo de treinta años, pero no siempre con la misma regularidad.

 

El Libro de los sueños constituye también un repertorio de formas, motivos e historias, un ejercicio de estilo al que el cineasta se entrega, a la manera de un músico con sus escalas, para mantener y alimentar su imaginario.

 

Giulietta Masina y Federico Fellini se conocieron a principios de los años cuarenta. Se casaron en 1943, y ya nunca se separaron. Formaron pareja durante más de cincuenta años, tanto en la vida como en el cine. Giulietta intervino en cinco de las películas del cineasta, y su papel como Gelsomina en La strada (1954) le valió el reconocimiento internacional.


Imágenes de la Exposición
Fellini, La Grande Parade

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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